¿Acción Nacional ante su crisis de identidad?

Publicado el 1 de julio de 2025, 13:19

La oposición política en México atraviesa uno de los momentos más frágiles de su historia reciente. El avance arrollador de Morena en prácticamente todo el país ha evidenciado no solo su capacidad de consolidación territorial, sino también la debilidad estructural y estratégica de los partidos opositores, que han sido incapaces de frenar el ascenso de lo que muchos ya consideran una nueva hegemonía política.

Sin embargo, esta situación no puede explicarse únicamente por el crecimiento de Morena. La responsabilidad recae, en buena medida, en los liderazgos que han encabezado a los partidos opositores. Un caso emblemático es el del PRD, dirigido por Jesús Zambrano, que en las elecciones de 2024 sufrió su golpe más duro: la pérdida del registro nacional ante el Instituto Nacional Electoral. Esta caída no solo representa un fracaso electoral, sino el colapso de un proyecto político que, décadas atrás, fue clave en la transición democrática del país. El debilitamiento de la oposición, por tanto, no es solo consecuencia de una fuerza política en avancé, sino también del desgaste, la falta de renovación y la desconexión de sus dirigentes con las nuevas demandas ciudadanas.

Como partidario de Acción Nacional, he observado con preocupación una tendencia decreciente en su desempeño electoral desde las elecciones de 2021. En ese año, Acción Nacional obtuvo apenas el 18.26% de los votos en los comicios federales, un resultado que reflejaba ya una pérdida de conexión con amplios sectores del electorado. Fue hasta las elecciones presidenciales de 2024, cuando, en alianza con el PRI y el PRD, la candidatura de Xóchitl Gálvez logró captar el 27.45% de los sufragios. Aunque este resultado no fue suficiente para ganar la presidencia, sí permitió al PAN mantenerse como la segunda fuerza política a nivel nacional. Sin embargo, ser la segunda fuerza no significa ser una oposición efectiva. El reto que enfrenta Acción Nacional va más allá de los números: se trata de redefinir su identidad, reconstruir sus estructuras territoriales, y reconectar con una ciudadanía cada vez más desconfiada de los partidos tradicionales. De no hacerlo, el PAN corre el riesgo de quedar atrapado en una zona de confort electoral, sin capacidad real de disputar el poder a Morena en el futuro cercano.

Pero para comprender el papel actual del Partido Acción Nacional, es necesario mirar su historia. Fundado en 1939 por Manuel Gómez Morin —abogado, político y exrector de la Universidad Nacional Autónoma de México—, Acción Nacional nació con la misión de ser una oposición legal, pacífica y ética frente al dominio absoluto del Partido Nacional Revolucionario (PNR), antecesor del PRI, que concentraba el poder del Estado y subordinaba a las instituciones a sus intereses.

Desde sus orígenes, el PAN se propuso como una alternativa basada en principios firmes. Entre sus objetivos fundamentales estaban: promover un auténtico Estado de derecho y el respeto a la dignidad humana; defender la libertad política y económica del país; impulsar una democracia representativa con elecciones libres y auténticas; y actuar como una oposición que, a pesar de los abusos del régimen dominante, se mantuviera dentro de los cauces legales.

Su pensamiento se inspira en una visión humanista cristiana, anclada en valores católicos, aunque sin caer en una postura confesional. Esta base doctrinaria le dio identidad y coherencia en un sistema político dominado por el autoritarismo posrevolucionario, y durante décadas mantuvo su papel como una minoría digna, pero firme, en defensa de los valores democráticos.

Desde sus inicios, el PAN se concibió como un partido de principios, no de masas. Su objetivo no era ganar elecciones a toda costa, sino contribuir a la formación de una ciudadanía responsable, ética y políticamente informada. En lugar de buscar la destrucción del partido hegemónico, el PAN optó por una postura crítica, señalando los excesos del régimen y proponiendo alternativas desde una perspectiva legalista y moral. Esta forma de hacer política contrastaba con la lógica autoritaria de la época, en la que ser opositor del oficialismo era considerado un acto de traición, pues implicaba asumir riesgos y resistir la marginación institucional, mediática y social. Sin embargo, el PAN se mantuvo firme en su vocación democrática, construyendo desde la periferia del poder una tradición de participación cívica y defensa de los valores republicanos que, con el tiempo, terminarían por ser fundamentales en la transición democrática del país.

Los inicios electorales del partido fueron difíciles, pues sus candidatos eran ignorados por las autoridades electorales, y en su mayoría, sus triunfos eran frecuentemente anulados. Pero a pesar de todo, Acción Nacional logró consolidar sus bases de apoyo en sectores urbanos de clase media y en estados como Guanajuato, Jalisco y Nuevo León. A diferencia de los pequeños partidos que desaparecían tras las elecciones, el PAN sobrevivió gracias a la coherencia ideológica, su disciplina y su vocación formativa.  

Durante décadas, el Partido Acción Nacional se mantuvo como una fuerza minoritaria, pero con un crecimiento constante y estratégico. A lo largo del tiempo fue ganando espacios en congresos locales, presidencias municipales e incluso algunas gubernaturas.

El desgaste del régimen priísta, especialmente visible a partir de las elecciones presidenciales de 1988, reveló un cambio generacional y cultural: las nuevas generaciones comenzaron a rechazar abiertamente la hegemonía del PRI y empezaron a voltear hacia opciones democráticas reales.

Mientras el partido oficialista perdía terreno en las urnas, Acción Nacional capitalizaba el hartazgo social y se posicionaba como una alternativa viable en distintos estados del país. Para 1994, el PAN ya había alcanzado el 27% de la votación presidencial, consolidándose como la segunda fuerza política nacional. Para entonces, ya gobernaba entidades clave como Baja California, Guanajuato y Chihuahua, y al año siguiente sumaría Jalisco a la lista. El avance territorial y electoral del PAN no fue fortuito. Se basaba en una estrategia clara de profesionalización, cercanía ciudadana y honestidad frente a un sistema político plagado de escándalos. A mediados de los noventa, el PAN gobernaba a más de 20 millones de mexicanos, contaba con 156 presidencias municipales, 119 diputados federales y 25 senadores. Más allá de las cifras, lo que distinguía al PAN en esa etapa era su reputación: al no haber participado en el poder durante las décadas de autoritarismo priísta, carecía del historial de corrupción que manchaba a otros partidos. Sus candidatos y funcionarios eran percibidos, en general, como más honestos y comprometidos con el bien común, lo que generó un crecimiento sostenido en la confianza ciudadana.

Acción Nacional se encontraba en una creciente popularidad, que presentaba un problema para todos los priístas de la vieja guardia que no estaban dispuestos a perder posiciones en el poder, pues, por primera vez, los viejos priístas habían visto que el presidente de la República permitía que un partido opositor se consolidara, hasta llegar a ser un fuerte contendiente a las elecciones del año 2000. Fue Vicente Fox el que se convirtió en presidente de la República para el período 2000-2006, por el Partido Acción Nacional, y desterrando por primera vez, en la vida política y democrática de México, al PRI.

Durante 12 años, el PAN representaba a dos maneras de gobernar. La primera fue con Vicente Fox, ex gobernador de Guanajuato e importante ejecutivo de Coca Cola, que ganó la presidencia gracias a su carisma, discursos llenos de poder y carácter desafiante, lo que lo convirtió en un símbolo importante del fin de la hegemonía del partido único. Fox le ganó al candidato priísta Francisco Labastida por más de 15 millones de votos.

Entre sus logros se encuentran la transición política pacífica y la legitimidad democrática que lo marcaron, una baja inflación, tipo de cambio estable, crecimiento económico, autonomía y acceso a la información y la apertura política a la libertad de expresión.

Dentro de su mandato, enfrentó importantes limitaciones, ya que, aunque impulsó múltiples reformas estructurales —cambios fiscales, energéticos y laborales—, no contaba con una mayoría en el Congreso que aprobara estas reformas, lo que dejó en abandono a las mismas. También, su estilo informal debilitó su imagen, ya que fue percibido como un presidente más personalista que panista. Mantenía una relación ambigua con la estructura del partido. Fox cerró su mandato con niveles altos de aceptación, aunque con aires de oportunidad desaprovechada, lo que dejó la posibilidad de que Acción Nacional ganará las elecciones en 2006.

La victoria de Felipe Calderón en 2006 fue mucho más conflictiva que la de su antecesor. Obtuvo el triunfo por un margen mínimo de apenas 0.56% sobre Andrés Manuel López Obrador, lo que desató una severa crisis de legitimidad. Las protestas masivas, los plantones en la Ciudad de México y las constantes acusaciones de fraude marcaron el inicio de su gobierno, debilitando su autoridad desde el primer día.

Uno de los aspectos más emblemáticos de su sexenio fue la llamada “guerra contra el narcotráfico”, declarada en diciembre de 2006. El gobierno federal desplegó al Ejército y la Marina en regiones clave del país para enfrentar a los cárteles de la droga, lo que desató una ola de violencia sin precedentes. Aunque la intención era recuperar el control del territorio y el Estado de derecho, la estrategia dejó profundas heridas sociales, miles de muertes y cuestionamientos internacionales sobre su eficacia y consecuencias humanitarias. No obstante, su administración también registró avances relevantes.

Mantuvo un manejo económico responsable frente a la crisis financiera mundial de 2008, impulsó reformas energéticas que permitieron la inversión privada en áreas específicas de PEMEX, mejoró la infraestructura carretera del país y promovió programas sociales como el Seguro Popular y el Seguro Médico para una Nueva Generación.

Pese a estos logros, Calderón mantuvo una relación tensa tanto con su antecesor Vicente Fox como con la dirigencia del PAN. Su estilo centralista y su distanciamiento de las estructuras partidistas tradicionales generaron fricciones internas que, con el tiempo, debilitaron la cohesión del partido. Esta desconexión, sumada al desgaste social provocado por la violencia, afectó gravemente la imagen de Acción Nacional y sembró las condiciones para su derrota en las elecciones de 2012, cuando el PRI regresaría a la presidencia de la República.

Dicho por Javier Lozano, miembro del PAN: Vázquez Mota fue una pésima candidata en las elecciones presidenciales del 2012. En este año, el partido entraría en un debilitamiento institucional que marcó la pérdida del poder federal, y lo que dejó en evidencia las tensiones que existían entre las diferentes corrientes del partido. Durante los siguientes años, personajes importantes como Gustavo Madero y Ricardo Anaya encabezaron dirigencias que fueron cuestionadas por la falta de resultados y favorecer grupos de interés propios, que al propio partido.

Tras el nacimiento de Morena y el debilitamiento del PRI, Acción Nacional formó alianzas con el PRD y Movimiento Ciudadano, alianza que llevó a Ricardo Anaya a la contienda por la presidencia en 2018.

Pese a que en esta contienda la alianza electoral se presentaba como una opción moderna, fue contundentemente derrotada por Andrés Manuel López Obrador, quien obtuvo una mayoría histórica. El PAN no logró conectar con el hartazgo ciudadano, y la estrategia de la coalición no ofreció una alternativa real de cambio. Con Morena en la presidencia, Acción Nacional perdió control territorial: estados históricamente panistas como Baja California, Sonora, Quintana Roo y Nayarit se pintaron de guinda. Aunque aún conservan bastiones como Guanajuato y Querétaro, su presencia se ha ido reduciendo de forma notable.

El 2024 presentó una elección presidencial histórica, pues por primera vez en la historia de México se elegiría a una mujer para presidenta. Fue esta elección en la cuál, Acción Nacional no presentó una candidatura propia, sino que cedió el liderazgo ante la alianza opositora a Xóchitl Galvez, quién fue impulsada mayormente por el PRI y sectores muy externos al panismo tradicional, y lo que dio por resultado que la candidata prianista obtuviera el 27.45% de los votos. Una campaña que estuvo marcada por corrupción, una falta de estructura sólida y unidad provocó que Acción Nacional se mantuviera como la segunda fuerza política, sin crecimiento y cada vez más alejado de sus principios.

Frente al desgaste que ha sufrido el partido, la pérdida de identidad y los fracasos electorales, han surgido dentro del mismo voces que exigen un cambio profundo y una reestructuración interna desde sus cimientos. Personalmente, y como seguidor de estas voces que claman por un cambio, he reflexionado reiteradamente sobre la falta de autocrítica que impera en el partido, el clientelismo y la sumisión a las cúpulas partidistas.

Una de las decisiones más polémicas de los últimos años y que simboliza el desorden interno del partido, fue la expulsión de Miguel Ángel Yunes Márquez y de su padre, el exgobernador Miguel Ángel Yunes Linares, ambas figuras clave del panismo en el estado de Veracruz. Esta decisión, tomada por la Comisión de Justicia del PAN en abril de 2024, se justificó formalmente por supuestas “faltas a los estatutos”. Sin embargo, para muchos panistas —tanto militantes de base como cuadros con trayectoria— se trató de una represalia política, motivada más por la lucha de poder entre facciones internas que por la defensa de los principios partidistas.

Miguel Ángel Yunes Márquez representa a una generación de políticos jóvenes, con experiencia en gobierno y resultados visibles. Fue alcalde de Boca del Río durante dos periodos (2008-2010 y 2014-2017), donde impulsó proyectos de infraestructura urbana, modernización administrativa y fortalecimiento de los servicios públicos, lo que le valió reconocimiento tanto dentro como fuera del estado. En 2018, fue candidato a la gubernatura de Veracruz por el PAN, obteniendo una votación considerable frente al entonces candidato de Morena, Cuitláhuac García, aunque no logró el triunfo en un contexto nacional adverso para el panismo.

A lo largo de su trayectoria, Miguel Ángel Yunes Márquez se ha consolidado como un panista formado desde las bases, con una militancia activa que ha sabido construir y mantener una estructura territorial sólida y con fuerte arraigo en la sociedad veracruzana. No se trata únicamente de un político heredero de una tradición familiar, sino de un actor con capital político propio, forjado en la experiencia de gobierno local y en la cercanía con las problemáticas sociales.

Su formación académica —que incluye estudios de posgrado en administración pública realizados en el extranjero— le ha otorgado una perspectiva técnica, profesional y moderna del ejercicio gubernamental. Esta combinación de preparación académica, experiencia práctica y compromiso partidista lo convirtió, durante años, en uno de los cuadros con mayor proyección nacional dentro del Partido Acción Nacional. Fue visto por muchos como una figura capaz de renovar al panismo desde adentro, con visión de futuro, sensibilidad territorial y vocación de servicio.

Yunes Márquez representa una generación de políticos panistas que aspiran a recuperar la confianza ciudadana a través de una gestión eficiente, con resultados tangibles y un discurso enfocado en la transparencia, la rendición de cuentas y el desarrollo regional.

Su expulsión, lejos de fortalecer la disciplina interna, representó un error estratégico. No solo debilitó al partido en Veracruz, uno de los estados con mayor peso electoral, sino que envió un mensaje de intolerancia y cerrazón hacia las voces críticas o disidentes dentro del panismo. El partido decidió prescindir de uno de sus cuadros más competitivos en aras de mantener un control cupular que ha demostrado ser incapaz de generar triunfos electorales y cohesión interna. En lugar de abrirse al diálogo y construir una estrategia plural y competitiva rumbo al futuro, Acción Nacional optó por cerrarse sobre sí mismo. En tiempos en que se necesita sumar, renovar y conectar con una ciudadanía escéptica, la exclusión de liderazgos con capital político real no solo es un acto de ingratitud, sino de miopía política. El PAN no puede darse el lujo de expulsar a quienes, con trabajo, resultados y presencia, aún pueden aportar a su reconstrucción. Este tipo de decisiones, como la expulsión de los Yunes, no hacen más que profundizar el desencanto dentro del panismo.

Si el partido pretende sobrevivir como una opción real de poder, debe abandonar la lógica de la exclusión, del castigo interno y del centralismo autoritario. Debe, en cambio, abrirse a la crítica constructiva, reconocer los liderazgos legítimos —aunque no sean afines a la dirigencia— y reconstruirse desde el reconocimiento del mérito, la experiencia y el arraigo ciudadano. Solo así será posible transitar del estancamiento actual hacia un verdadero renacimiento político y moral. Considero que aliarse con el PRI representa una contradicción profunda con los principios históricos del PAN. Durante décadas, Acción Nacional señaló al PRI como emblema del autoritarismo y la corrupción, por lo que esta alianza resulta no solo incoherente, sino también dañina para la identidad del partido. Quienes alzan la voz frente a esta situación —en su mayoría jóvenes y militantes de base— no buscan solo una renovación superficial, sino un verdadero regreso a los fundamentos con los que fue creado el PAN: el respeto al Estado de derecho, la ética en el servicio público, la participación ciudadana y el humanismo político. En ese espíritu, rechazan las alianzas electorales que carecen de sustento ideológico y traicionan los valores originales del partido.

Acción Nacional necesita recuperar su doctrina y volver a ser un partido guiado por principios claros, no por intereses personales o de grupo. El partido necesita abrir sus espacios a nuevas voces, especialmente a los jóvenes y militantes de base, y demostrar con hechos que es posible ofrecer resultados positivos desde una visión humanista. La meritocracia y la democracia interna deben sustituir de manera definitiva al amiguismo, al reparto de cuotas y a las decisiones cupulares. Solo así podrá reconstruir la confianza ciudadana y convertirse nuevamente en una opción real de cambio y de futuro para México. No se puede exigir democracia hacia afuera si no se practica hacia adentro. Las candidaturas deben ser electas por la militancia, con procesos limpios, sin simulaciones ni imposiciones. Las dirigencias deben estar sujetas a rendición de cuentas, y los órganos de fiscalización interna deben tener independencia real. Además, es necesario un nuevo pacto de ética interna: erradicar el clientelismo, la simulación y la corrupción partidista. Un partido democrático debe predicar con el ejemplo.

Durante años, el PAN construyó ciudadanía desde abajo. Fundó escuelas de formación cívica, centros de estudio y redes vecinales. Hoy, gran parte de esa base ha desaparecido o se ha debilitado. Para renacer, el PAN debe regresar al territorio: recuperar su presencia en las colonias, en los ejidos, en los municipios, en las universidades y en las comunidades. Esto implica formar nuevas estructuras, capacitar liderazgos locales, y escuchar a sectores históricamente ignorados: jóvenes, mujeres, pueblos indígenas, clase media empobrecida y trabajadores informales. No se puede representar a quien no se conoce. El PAN no solo ha perdido votos: ha perdido voz. Su comunicación se ha vuelto burocrática, fría, ineficaz. Hoy, en tiempos de redes sociales, de narrativas emocionales y de liderazgos cercanos, se requiere una nueva estrategia de comunicación.

Esto implica tener voceros preparados, creíbles, empáticos y con claridad discursiva. Pero también construir una narrativa que no se limite a oponerse a Morena, sino que proponga soluciones. El PAN debe hablar de seguridad, justicia, empleo, salud, educación, medio ambiente y libertades con una visión humanista, moderna y valiente.

Por último, Acción Nacional debe asumir con madurez que el país ha cambiado. Hoy no basta con decir “sí a la vida” o “no al comunismo”: la ciudadanía exige partidos que reconozcan la pluralidad, que hablen con claridad sobre igualdad de género, derechos humanos, libertad religiosa y derechos sexuales, sin perder su anclaje ético. El PAN puede y debe tener una agenda social que combine principios y modernidad, sin miedo al debate, pero sin caer en el extremismo.

Acción Nacional debe representar un partido carismático y ético. México necesita que los partidos políticos sean honestos, con principios y visión. Acción Nacional tiene la doctrina y la gente para ser esa opción. Pero necesita voluntad.

Salvador Padilla García 


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